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Colaboración de Luis Pinto

  UN BOCHORNO MAYÚSCULO

   

    ¡Inolvidable! Es la expresión que mejor cataloga el viaje que realizáramos a Europa en 1966 los recién egresados del 6° año de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, uno de los últimos cursos formales de esta escuela. El grupo estaba constituido por: mayoritariamente alumnos con predominio de varones; más de un profesor adherido; parejas de novios; parejas de recién casados; al menos una embarazada, estado que ya era evidente a simple vista bajo su abrigo de piel; algunos alumnos de cursos inferiores, etc. Esta era la mezcla de personas que nos embarcamos en esta aventura, para la que un banco nos otorgó préstamos a pagar al regreso de la “Gira de Estudios”. Total, ¡éramos prometedores profesionales!

    Me permití un descanso después de tantos años de sacrificios para lograr tener una profesión.  Pero en el intertanto, buscando ingresos para pagar el préstamo, había presentado mis antecedentes a la que, en ese entonces, era una de las empresas más prestigiosas de Estados Unidos y del mundo, primera por muchos años en el ranking de las empresas “donde le gustaría trabajar”: la International Business Machines (IBM).

    Fui aceptado a partir de mayo de 1967 como un “Trainee” de Ingeniería de Sistemas, entrenamiento que duró 18 meses para prepararnos como dignos representantes de IBM. Con los años y no pocos esfuerzos, escalé posiciones hasta llegar a ser el Gerente de Ingeniería de Sistemas, lo que implicaba ser responsable de la dirección de las varias decenas de Ingenieros especialistas de esta corporación en Chile. Parte de mis deberes era definir y dar cuenta anual de los objetivos programados para el periodo, lo que se explicitaba en los “Kickoff Meetings”. Estas eran unas tradicionales reuniones anuales de toda la corporación, a la que asistían todos los empleados del país donde se efectuara. En el caso de IBM de Chile, unos 400 en  el año de esta crónica.

    El Kickoff del año en cuestión se realizó en la terraza del hotel Crown Plaza, la que fue especialmente acondicionada para dicha reunión.

    Días antes, había dedicado una buena cantidad de horas a la que sería mi intervención de ese año ante los “IBMers”, como éramos llamados por la corporación. Confiado por haber hecho varios ensayos, llegué al hotel con unos 20 minutos de anticipación para intercambiar opiniones con los otros ejecutivos que participarían. Yo, y casi todo el resto, vestíamos un traje oscuro y una camisa blanca, tenida que era no sólo recomendada por IBM World Trade, sino casi obligatoria! Si la película hubiera estado disponible por ese entonces, nos habrían llamado “IBM Men in Black”.

    Ingresé a la terraza del hotel Crown Plaza conversando con un colega mientras caminábamos hacia el lugar de la reunión, y divisé a lo lejos que ya había llegado una buena parte de los IBMers y que unos 50 turistas tomaban desayuno en la misma terraza.

    Mientras nuestros pasos nos llevaban al lugar de destino, mi visión periférica captó que mi amigo había cambiado de rumbo y se dirigía hacia otro lugar. Mientras giraba la cabeza, mi mente construyó una frase dirigida a él para llamarle la atención:

—¡Huevón, me dejaste hablando solo! —frase que nunca se transformó en sonido en mi boca, ya que una nueva frase reemplazó a la anterior:

—Vaya, qué extraño… siento mi pie mojado— seguida de otra exclamación, ya más explícita:

—¡Cresta!, ¡estoy caminando en el agua!— para luego, ya con tono de alarma, continuar:

—¡Estoy entrando en la piscina!

    Finalmente, cuando tomé conciencia de lo que estaba sucediendo, ya estaba pisando el tercer escalón para ingresar a la piscina. En esa época del año ésta estaba llena, por lo que el nivel del agua me alcanzaba a la cintura. La última muda frase que mi mente alcanzó a esbozar, dentro de la fracción de segundo narrada, fue:

—¡Mierda! ¡Me estoy metiendo en la piscina!— mientras el agua me estaba llegando al cuello.

    Me levanté con toda la parsimonia y dignidad que me podía quedar después del percance, chorreando agua de la cabeza a los pies, los papeles mojados, ya inservibles, flotando en el agua. Pensé que podría haber sido peor, ya que entré caminando… y no me zambullí en el agua!

    Personal de seguridad de IBM y del hotel me ayudaron a salir, me llevaron a una habitación, me proporcionaron una bata, un reconfortante desayuno y enviaron la ropa a la tintorería, la que regresó una hora después, seca y perfectamente planchada. Como el Kickoff ya había terminado, me fui a mi casa a rumiar el incidente y volví a las oficinas de IBM algunas horas después.

—¿Cómo estuvo el Kickoff?— le pregunté a uno de los colegas que encontré en los pasillos.

—¡Bueno!— me contestó, agregando de inmediato: —¡pero lo mejor fue el show de un huevón que se cayó a la piscina!

¡PLOP!

Luis Pinto P.

2 de agosto de 2017

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